Propuesta círculo de lectura: El conflicto Armado en Colombia #4E

 

Para elevar el ejercicio de “ponernos en los zapatos del otro”, primero es necesario revisar el siguiente texto: https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/BDL/2013/9176.pdf donde podrán encontrar palabras y dibujos de niños colombianos refugiados en Ecuador. Luego teniendo en cuenta lo leído anteriormente, escriban dos relatos; uno desde la postura de un niño o niña que participa activamente en un grupo armado y otro desde la experiencia de un niño o niña que se encuentra en medio de un proceso de desplazamiento forzado: ¿Cómo representarían sus realidades? Cada relato debe contar con: título, extensión 200-250 palabras.




Las gallinas


Con el paso de los días el olor en el pueblo se intensificaba y así, atraídos por el olor, llegaban esos pájaros de alas largas y negras y cabeza calva -nunca había visto un pájaro calvo- eran más grandes que las gallinas que presumía mamá, en todo el pueblo sus gallinas eran las más gordas y grandes y por eso ponían los huevos más deliciosos, pero cuando las aves llegaron la gente se empezó a ir, día tras día algún amigo se iba, y así, los huevos que antes no daban abasto en el pueblo pues se acababan en un parpadeo, empezaron a pudrirse en el jardín y el olor del río se mezcló con el de los huevos podridos. Papá no soportaba el olor ya que era tan fuerte que lo hacía temblar y mamá no hacía más que llorar; lloraba por sus gallinas pues papá llevado al límite por el olor le dijo que teníamos que irnos como los demás. Mamá no podía llevar a sus gallinas, la salida del pueblo ya era difícil sin llevar nada a cuestas, papá no podía imaginar cómo sería con veinte gallinas a la espalda. Mamá lo sabía pero igual le dolía, esas gallinas eran lo único que le quedaba de mis abuelos. Mamá decidió liberarlas pero cuando salió a la pequeña casita donde vivían ya no las encontró a ninguna, solo rastros de plumas que terminaban en un ave negra comiendo los ojos de una de las gallinas de mamá. Aves comiendo aves. Ese mismo día salimos de allí.




Ojo de elefante


Llegaron sin avisar, yo estaba con mamá recogiendo las mazorcas. Esa temporada había sido muy buena, las mazorcas alcanzaban el ojo de un elefante -nunca he visto uno- pero mamá decía que era algo así de largo y se paraba en puntitas y estiraba los brazos hasta no más poder, a mí me causaba mucha gracia pues era tan bajita que así en puntitas y con los brazos estirados apenas y me tocaba el cabello, yo me había pegado un estirón hace menos de seis meses, estirón del que mamá estaba muy orgullosa. Así estábamos, hablábamos de elefantes y riéndonos cuando llegaron, me miraron de arriba para abajo una y otra vez, me cogieron del brazo, tuve tiempo solo para ver las lágrimas en los ojos de mamá y aunque decía algo mi cabeza no entendía nada pues mis oídos estaban sordos. Me vendaron los ojos y unos pasos después pude oír de nuevo, un sonido tan fuerte que quitó la sordera de mis oídos, los desbordó, el canto de los pájaros se turbó y después todo fue silencio. Cuando ya me dolían los pies de caminar y tenía la venda empapada en lágrimas me destaparon los ojos, por todas partes había árboles, tan pero tan grandes que sí alcanzarían el ojo de un elefante y hasta lo pasarían. Nunca más tuve tiempo para pensar en el ojo del elefante pues, ahora, debía pensar en la trompa del elefante, una trompa larga entre negra y gris que escupe fuego.

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